miércoles, 11 de septiembre de 2013

ANTE UNA GRAN DECEPCIÓN


Como el tiempo corre que se las pela, como aquel que dice, huyendo acaso de alguna inoportuna persecución –que quizá nunca se sabrá de cuál se trata, por razones obvias-, y debido a ello muy pronto estaremos ya frente a los últimos coletazos del verano, mal que nos pese a muchos de nosotros; en no demasiados días, por si lo anterior no fuese suficiente, el otoño comenzará a enseñarnos “la patita” con algún que otro arrebato de los suyos, aunque al cabo de algunos días se nos muestre suave y agradable.

Eso sí, con la certeza de que para entonces ya habremos sabido asimilar y hasta resurgir de las propias cenizas, cual “ave fénix”, tras la estrepitosa derrota sufrida en días pasados por nuestra candidatura para organizar los Juegos Olímpicos de 2020, con Madrid como ciudad abanderada y otras subsedes más, alguna de las cuales nos iba a tocar de lleno a nuestra Comunidad.

Pero no, no fue así el sentido de la votación de los miembros del COI -misterios quizá nunca desvelados- y en esta ocasión a la tercera no fue la vencida, como así nos lo habían hecho creer nuestras elevadas dosis de optimismo.  Por lo que, tras eliminarnos, nos quedamos una mayoría de españoles con un palmo de narices y más tristes y desolados que si hubiese pasado un ciclón de mediana carga por nuestras costas, salvando las distancias, claro.

El caso es que la decepción fue grande y remontar el vuelo tras una contrariedad así tardó lo suyo. Y si no, que se lo pregunten a las miles de personas que en Madrid, frente a la emblemática Puerta de Alcalá, erigida en escenario abierto para ofrecer al mundo la satisfacción de un pueblo y un país ante nuestra muy posible elección, pasaron en minutos de la alegría al llanto tras conocerse el resultado de la votación en la que nos eliminaban de plano.
 
En un escenario así, de pronto cesó la música, se hizo un tremendo silencio y los rostros de los allí congregados traslucían al exterior la inmensa decepción y sorpresa ante lo que las grandes pantallas de televisión allí instaladas transmitían al minuto; sobraban las palabras, porque los gestos lo decían todo. A continuación, las televisiones apagaron sus cámaras, los comentaristas enmudecieron, ahogando sus palabras en desilusión y silencio,no sonaron los fuegos artificiales,y las gentes comenzaron a abandonar el lugar callados y con los semblantes desencajados. Pero amanecido el nuevo día, la ilusión ante la vida iluminaría de nuevo sus rostros.
 
(Publicado en el Periódico "Diario Palentino" el día 11/09/2013)

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