Caía la tarde de verano en pleno campo de la Comarca de la Vega Baja
alicantina, toda ella regada por el sin par río Segura, en medio de una
espesura de cultivos que iban turnándose en cada tramo del camino ora un campo
de limones, ora de naranjos, más allá unas cuantas fincas con viñedo, a
continuación una sucesión de higueras…, junto a un buen número de casas
diseminadas en medio de este paisaje de cultivos; cuando llegábamos a lo que
pudiéramos calificar como una especie de oasis de verdor casi único en medio de
estos campos ya descritos.
En el conjunto de este refugio verde brotaban las fuentes a cada paso, los
jardines y los paseos poblados de las más diversas especies arbóreas se nos
mostraban por doquier. Y en medio de todo este vergel, una serie de
construcciones de baja altura, diseñadas en su conjunto en un claro estilo
árabe del pasado. Abiertas todas ellas en una serie de estancias bellamente
decoradas y con acceso a pequeños patios interiores, donde el único sonido que
se escuchaba era el del agua que brotaba sin cesar de sus fuentes...
Habíamos llegado a la Tetería de “Carmen del Campillo”, un bello conjunto
de ocio ubicado en pleno campo y regentado por una familia de procedencia
morisca que se encargaba de atender a la clientela que no cesaba de llegar al
lugar.
El silencio y la paz que se respiraban en todo el recinto eran rotos
solamente por el rumor de las conversaciones de los clientes del local, que se
entremezclaban con el continuo murmullo del agua de las fuentes en su continuo
fluir y fluir, y algún pájaro que otro que no cesaba de saltar de árbol en
árbol regalándonos su alegre canto de recogida.
En un lugar así de ambientado, la degustación de una amplia gama de sus
tés, acompañados de unas apetitosas pastas árabes, era obligada; y así lo
hicimos el grupo de amigos que compartíamos juntos el declinar de la tarde en
tan espectacular marco.
La charla amena y desenfadada sobre los más variados temas, hizo el resto;
haciendo que la tarde-noche de aquel día de verano se nos fuese de entre las
manos, sin apenas percatarnos de cómo pasaba el tiempo a nuestro alrededor en
medio del marco que nos envolvía, un verdadero vergel en pleno campo.
Con el regusto todavía dulce y aromatizado del
té en nuestro paladar, abandonamos, no sin cierta pena, la
tetería antes descrita avanzada la noche, prometiéndonos regresar en alguna
ocasión más.
(Publicado en el Periódico "Diario Palentino" el 13/08/2014)
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