Estrenábamos el mes de octubre con un cierto ánimo de cambio, aunque, en el
fondo, sin saber muy bien todavía ni qué cambiar ni para qué; si bien en la
mente de cada uno latía un mismo pensamiento no obstante conocer de antemano
que poco más podíamos hacer ya los ciudadanos de a pie.
En el tiempo, el otoño comenzaba a irse aposentando poco a poco en nuestro
territorio, en esta ocasión acompañado todavía de una cierta bonanza climática,
aunque cristalizando ya sobre nuestra vertical un buen número de frentes
atmosféricos que nos traerían sin remisión las primeras lluvias de la temporada
a esta estación de los aromas y la melancolía.
Y en esas estábamos por aquí cuando, de pronto, entre nosotros volvimos a toparnos
con la cruda realidad, con la tan repetida cantinela de cada año por estas
fechas, que ocurre justo cuando los que nos gobiernan, el gobierno de turno
para más datos, presenta en el Congreso, por imperativo de ley, los
Presupuestos Generales del Estado para el año siguiente.
Y fue trasladarse la información a la opinión pública sobre la política
inversora de estos presupuestos en lo que a nuestra capital y nuestra provincia
se refiere; con datos, metadatos, cifras y más cifras y hasta incluso macrocifras
por doquier…; y a la par, como un torrente que surgiese desde lo alto de una
colina cercana, dispararse una barahúnda de opiniones al respecto, de los más
dispares pareceres y apuntando en todas las direcciones.
Que si son buenos, incluso los mejores presupuestos habidos en muchos años,
que si son inversores en muy alto grado y pensados para salir de la crisis que
nos envuelve desde hace unos cuantos años ya.., decían unos.
Que si son malos de principio a fin, porque mantienen y aplican recortes,
por tanto regresivos, y que no facilitarán para nada la salida de la crisis…,
añadían otros.
Y así un largo etcétera de calificativos de uno y otro signo. Lo que, por
supuesto, desorientaría al buen ciudadano de a pie que no sabe a qué carta
quedarse con ese constante marear la perdiz y lanzar la pelota al tejado del
contrario; sin saber al final si son galgos o podencos los que corren tras la
pieza en medio del campo.
Así que luego, entre discernir estos y otros
menesteres, o sea entre discusiones bizantinas al uso, se nos va un tiempo maravilloso
que podríamos haber empleado en hacer una buena parte del camino.
(Publicado en el Periódico "Diario Palentino" 09/10/2013)
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