Foto (Internet)
Son los ritmos de la Naturaleza, que es sabia y lo tiene
todo milimétricamente calculado.
Con el penúltimo “arreón” habido días pasados, del viento y la lluvia
totalmente encrespados y fuera de sí, aunque la mayoría de nosotros no fuésemos
conscientes de ello debido a que su mayor y principal acción ocurrió de
madrugada; al amanecer del nuevo día estaba la ciudad “hecha unos zorros”, la
mirases por dónde la mirases, en cuanto a pequeños charcos en el lateral de
algunas calzadas, y montones ingentes de hojas y más hojas caídas de los
árboles a placer sobre el pavimento, o alfombrando por igual parques y espacios
verdes de la ciudad.
Encontrándolas, a mi paso, esparcidas por cientos en la zona de la ciudad
que atravesaba, hasta en calles donde no existen árboles susceptibles de
perderlas; pues el fuerte vendaval y el intenso aguacero nocturno habrían hecho
su trabajo con creces y las habrían transportado de acá para allá y viceversa
sin solución de continuidad.
Todo ello, antes de haber dado tiempo a que pudieran actuar los servicios
municipales de limpieza que, tras tomar contacto con la cruda realidad que se
les presentaba, realizarían un barrido general y primero de calles, plazas y
parques capitalinos. Que la tarea que tienen ante sí estos días con este
menester, va a verse prolongada en el tiempo durante unas cuantas jornadas más.
Todo ello, era y es en estos días el síntoma inequívoco de que el otoño
está de verdad entre nosotros y que, con su acción, agravada con claros tintes
de nocturnidad y alevosía en este caso, ha dejado a los árboles de la ciudad
“pelados” de hojas y mucho más vulnerables a los elementos atmosféricos que,
sin duda, les han de llegar. Son los
ritmos de la Naturaleza, que es sabia y lo tiene todo milimétricamente
calculado.
Pero en ese temprano paseo, tras la noche de agitada tormenta y profundo
soñar, faltó el elemento sonoro. Y es que las hojas caídas al suelo, a pesar de
formar masas ingentes en número, no crujían bajo mis pies al estar
completamente empapadas de agua y formar una masa espesa y húmeda que, eso sí, podían
suponer por momentos algún riesgo añadido, por los resbalones, para el común de
los transeúntes.
Con este panorama mañanero, lleno de variopintos
colores y plasticidad en el paisaje, la invitación a la reflexión, con la
mirada puesta en el infinito, hacía que el pensamiento alcanzase su
mayor cuota de evasión hacia lugares de ensueño y, quizás, de difícil acceso.
(Publicado en el Periódico "Diario Palentino" el 30/11/2016)
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