La carretera dibujaba una curva hacia la izquierda
en torno al terreno antes de llegar a un pequeño altozano. Y tras superar ambos
escollos la panorámica del pueblo se me mostraba ya con suficiente claridad,
dejándome una constancia bastante aproximada sobre su tamaño y la concentración
que se adivinaba de las casas en torno a la mole de la iglesia, que destacaba
en medio con su afilada torre; con apenas unas pocas construcciones más
alejadas del núcleo, pero no demasiado diseminadas de este entorno urbano.
El navegador de a bordo del vehículo me había
avisado ya sobre el final del trayecto tras recorrer el último kilómetro de
distancia.
Como se trataba, ni más ni menos, que de mi pueblo
de adopción, a la sazón Velillas del Duque (ubicado a tan solo 60 kilómetros de
la capital, en la Comarca de la Loma Saldañesa), de sobra estaba al tanto de
cómo llegar hasta él sin ningún tipo de indicación ni ayuda externa. Pero, no obstante, quería comprobar la
sensación que se experimentaba al ver escrito este nombre en la pantalla de un
artilugio moderno de esas características y percibir, subrayados sobre la
pantalla del navegador, los nombres de los lugares comunes que iban apareciendo
en el recorrido.
Al abandonar la carretera y girar hacia la
izquierda para tomar la entrada al pueblo, recordé que hoy en día, con las
técnicas y los avances modernos, por aquello de que “las ciencias adelantan que
es una barbaridad”, como se decía en aquella famosa zarzuela de nuestro
cancionero lírico, este
acceso al pueblo y sus entornos se puede conocer y mostrar a través de la página de GOOGLE MAPS de Internet. Pues un buen día de hace ya unos cuatro años
más o menos, pasó también por aquí el famoso “coche negro” de Google
fotografiando la carretera y alrededores a pie de calzada.
En esta visita a Velillas era
verano y encontré el pueblo “salpicado” de una variopinta presencia de gentes
que, en bastante número, algo casi inusual tiempo atrás, daban vida a sus
calles y lugares más comunes: entornos de la iglesia, plazas aledañas,
alrededores del pequeño parque infantil frente al edificio de la antigua
escuela -hoy convertido en centro social-, camino en dirección al río, ronda
del plantío, entornos de la carretera…, en un conjunto armonioso que resultaba
agradable contemplar.
De regreso a la
capital, adiviné que, para mi desilusión, tal vez todo aquello tuviese un tanto
de ensoñación veraniega.
J.J.T.