Cada nuevo día de este verano que amanece -muy de mañana, eso sí-, cuando
apenas si han colocado las calles retiradas durante la noche –según cuenta la
ocurrencia popular-; y con la frescura de esas primeras horas de la mañana
pegada todavía al cuerpo, en muchos de los jardines de nuestra ciudad parece
producirse una especie de baile mañanero de unos cuantos quilates y, sobre
todo, refrescante para el césped, protagonizado por unos aparatejos que irradian
agua a presión y giran y giran sin cesar en círculo sobre sí mismos,
entremezclándose entre sí en alegres y alocados encuentros el agua a presión
que lanzan unos y otros en una y otra dirección.
Pero que en ocasiones, extienden también su acción refrescante hacia
quienes en esos momentos, ajenos a la situación y a la pista donde se ejecuta
el baile, transitan por las aceras próximas y no se muestran muy duchos a la
hora de esquivarlos para evitar una pequeña ducha mañanera. O tal vez sortean uno, con el consiguiente
regusto dulzón por el sabor del triunfo así a cuerpo gentil; pero no el
siguiente, ni el que está un poco más allá y que extiende su acción hasta esa
misma acera de manera inadvertida. Y
todo el gozo en un pozo, porque el resultado final es que no se libran del
chapuzón mañanero a destiempo y sin buscarlo.
Estos aparatejos, digámoslo ya, aunque es seguro que quedaron debidamente
identificados con la descripción anterior, no son ni más ni menos, que los
“graciosos”, y traviesos a un tiempo, aspersores que, colocados
estratégicamente a todo lo largo y ancho del jardín, inician a esa hora de la
mañana de manera coordinada, su acción benefactora sobre el césped que el sol
recalentó y secó durante la jornada anterior.
Y así, con el ceremonial en parecidos términos, ocurrirá cada día en cada
uno de los espacios verdes que la ciudad pone a disposición de sus habitantes
para que éstos encuentren en ellos horas más tarde, la paz, la calma, el
frescor y el descanso buscados, huyendo de la canícula del exterior.
Pero ajenos por completo a esta especie de baile
mañanero de los aspersores que se produce muy a primeras horas, cuando todavía
la ciudad duerme y son muy pocos los que caminan por ella y pueden presenciar
esta especie de danza ritual del agua a presión en una y en otra dirección; con el riesgo,
eso sí, de verse salpicados en algún momento no especificado si no se está
presto al paso del baile.
(Publicado en el Periódico "Diario Palentino" el 17/08/2016)
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