Un buen día, llega el verano hasta aquí, y apenas el sol nos hace un
pequeño guiño de puntual permanencia junto a nosotros y nuestros cuerpos
todavía un tanto ateridos de frío, seguido de una cierta contundencia en su
acción, y lo primero en lo que se piensa es en que ya se adivinan a barlovento
unas muy inmediatas vacaciones; a la par que, seguro, merecidas y también
necesarias.
Y es que, como en el acervo popular de nuestros días, verano viene resultando
sinónimo de vacación en su amplia definición, a estas se las comienza ya a
atisbar entre nubes de calor con sabor a mar o a montaña; a playa y a agua
salada, o a cumbre alcanzada y a naturaleza viva. Y también a arena y a cuerpos
dorados tendidos a placer sobre ella.
Y ya, instintivamente, al minuto siguiente comenzamos casi a ensalivar la
situación que pasadas algunas fechas se producirá en nuestro entorno; en tanto
damos por iniciada la cuenta atrás camino de esos días sin despertador al que
temer, desayunos familiares mucho más pausados y a una hora de la mañana mucho
más prudente, disposición del tiempo prácticamente a nuestro antojo,
desconexión cuasi total de la realidad anterior y entronque en otro mundo que
no creíamos posible, pero que existe.
Así como jornadas maratonianas al aire libre, en actividades mil; y sin
prisa para retirarse a descansar al caer la noche, porque el ambiente invita a
prolongar la estancia fuera del hogar y a aprovechar cada minuto de la nueva
situación.
Incluso aquí mismo, en nuestra ciudad y en nuestro entorno más cercano,
llega el verano y todo a nuestro alrededor se vuelve mucho más vivo y
alegre. Las calles cobran un colorido
especial y hasta los monumentos, contando incluso con su quietud y rigidez
marmórea de la que hacen gala, se nos muestran mucho más vistosos a la
contemplación. En ocasiones,
aprovechando quizás ese intenso rayo de sol que penetra en su interior a través
de la vidriera de una determinada ventana y produce unos destellos únicos en un
delimitado espacio o rincón no siempre bien explorado.
Claro, que sin olvidarnos bajo ningún pretexto de
nuestros parques, jardines, alamedas y paseos aledaños a nuestro río Carrión,
donde resulta una verdadera delicia y un auténtico gozo pasearlos al caer la
tarde, impregnándonos a cada paso de sus múltiples aromas
a naturaleza viva y en plena efervescencia.
(Publicado en el Periódico "Diario Palentino" el 29/06/2016)
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