La mañana del pasado sábado 4 de octubre –festividad de San Francisco de
Asís, para más señas-, aparte de ser festiva para muchos de nosotros –un algo
añadido al día-, amaneció transparente y bañada de luz toda ella, invitando a
un numeroso grupo de palentinos a enfrentarnos con muchas más ganas, si cabe,
al reto que nos habíamos marcado libremente.
Desafío que no era otro que recorrer aquella mañana, en calidad de
auténticos peregrinos de la ruta, veinte kilómetros en concreto del conocido
como Camino de Santiago a su paso por nuestra provincia, entre las localidades
palentinas de Frómista y Carrión de los Condes; participando de esta guisa en
la Marcha Jacobea solidaria que organizaba la “Fundación San Cebrián”,
institución de amplio reconocimiento provincial en pro de los discapacitados.
Un trayecto, apetecible a más no poder porque, desde el punto de vista de
la Ruta Jacobea, aquel amplísimo grupo de peregrinos palentinos íbamos a tener
la oportunidad de estar en dos hitos importantísimos del Camino, cuales son
Frómista y Carrión de los Condes. Aparte
de atravesar también otras cuatro localidades más: Población de Campos,
Revenga, Villarmentero y Villalcázar de Sirga, emblemáticas igualmente en el
sentimiento palentino del Camino.
Claro que, acogiéndonos de buena mañana la portentosa y sublime
iglesia románica de San Martín de
Frómista, en cuyos entornos se iniciaba la marcha, el sentimiento y el espíritu
se elevarían de pronto hasta límites insospechados, proporcionándonos ya la
fuerza suficiente para recorrer sin desfallecimiento la veintena de kilómetros
que teníamos por delante.
Pronto, la serpiente multicolor de andarines que se formó, mochila al
hombro y mirada al frente para observar en toda su amplitud el vasto horizonte
que se nos abría a lo lejos, comenzaría a irse estirando en profundidad a lo
largo de varios kilómetros, haciéndose casi imposible, desde una posición
adelantada, vislumbrar con precisión el final de la misma.
Los campos por los que atravesaba el camino, se nos
mostraban extensos a la contemplación y silenciosos –apenas algún canto de
pájaro rompiendo esta quietud de cuándo en cuándo-, desprovistos de más
presencia humana que la nuestra en esa interminable hilera deperegrinos.
Donde el pensamiento se elevaría hasta casi el
infinito, mientras íbamos hollando paso a paso el suelo pedregoso del camino. Y
así transcurriría una mañana de gratas experiencias y feliz recuerdo.
(Publicado en el Periódico "Diario Palentino" el 15/10/2014)
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