Foto (Internet)
Claro que no sabíamos a ciencia cierta si aquellos campos, para nosotros con un colorido espectacular, iban a cubrir las expectativas...
Cuando los
días se nos mostraban cargados de luz por antonomasia, y cuando el tiempo
primaveral, con sus grandes bonanzas en cuanto a la generosidad de las
temperaturas, tendía a expandirse con marcada generosidad y a ir calentando
nuestros cuerpos y el ambiente en general, era cuando, un día al azar, la
maestra nos anunciaba que al día siguiente por la tarde iríamos de excursión
hasta el molino, a no demasiada distancia del pueblo y junto al río que sigue
cada día bañando sus tierras.
Para
nosotros, como aspirantes a iniciarnos apenas en la más primaria de las
adolescencias, suponía una pequeña aventura que nos llenaba de satisfacción y
acogíamos con inmensa alegría, por lo que suponían unas horas en el campo en
pleno contacto con la naturaleza; y donde podíamos experimentar sobre el propio
terreno algo de lo explicado en clase por nuestra maestra.
Los sembrados,
en general, lucían su vistosidad a nuestros pies, ofreciéndonos su mejor
colorido. Y los cultivos reverdecían por doquier, con las espigas ya formadas
unidas a un largo tallo que brotaba de la tierra y que había adquirido una
cierta altura con respecto al suelo –las últimas lluvias caídas tras las
pertinentes rogativas con el santo, habían obrado su especial milagro-. Claro que
no sabíamos a ciencia cierta si aquellos campos, para nosotros con un colorido
espectacular, iban a cubrir las expectativas y proporcionar una buena cosecha llegado
el momento de su recogida.
En tanto
que a nuestro alrededor, los pájaros del campo con los que nos cruzábamos a
cada paso, se afanarían –según nos apuntaba nuestra maestra- en sacar adelante
sus polluelos recién nacidos, escondidos a buen recaudo en sus nidos, entre los
hierbajos y zarzas del camino, por el que nos dirigíamos hasta las inmediaciones
del molino. Quizás al día siguiente, tras salir de la escuela, alguna hora de
la tarde la emplearíamos en intentar buscar entre los matorrales del camino
alguno de estos nidos para seguir con cuidado a partir de entonces el
crecimiento de esos polluelos.
Entre unas
cosas y otras, la tarde había pasado tan rápidamente que debíamos emprender ya
el camino de vuelta al pueblo, llevando en la mente la imagen fija de unos
campos de un llamativo colorido, rodeando el caserío del pueblo, con la torre
de su iglesia destacando en medio, y donde revoloteaban un buen número de
pájaros al vencer el día.
(Publicado en el Periódico "Diario Palentino" el 24/05/2017)
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