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Aunque, con estas últimas lluvias, pareciera que ya nuestros campos han tomado otro color más alegre y prometedor en prueba de agradecimiento...
Aunque otros años, por estas fechas, nuestros campos de por estos
alrededores y de otros entornos más lejanos, andaban en flor total –como dijera
aquel poeta anónimo que escribiera aquel bello romance del “Prisionero” que
tanto hemos recitado: “Que por mayo era, por mayo/cuando hace la calor/cuando
los trigos encañan/y están los campos en flor…”; en este de gracia de 2017 vemos que de lo
hablado nada o muy poco, y según y dónde.
Porque, con el diagnóstico que se hizo días atrás, nuestros campos
andaban casi todos sedientos y, además, sin posibilidad de recibir el líquido
elemento en forma de riego artificial más que en pequeñas dosis. Salvo que de pronto las nubes se abriesen en
generoso dispendio y estuviesen durante unos días descargando de manera
continuada agua a modo de bien.
Y digo estaban, porque algo de lo previsto y deseado con todas las
ganas, ya se ha producido estos últimos días a modo de tormentas lugareñas de
una cierta contundencia, o chaparradas ocasionales y un tanto prolongadas en
según qué zonas y lugares, aunque no uniformemente repartidas y continuadas en
las horas y los días, al parecer.
Y es que, incluso así, los campos que ahora mismo, a la altura del año
en la que estamos, no apunten maneras significativas, será señal bastante
cierta de que haya que darlos por perdidos en un buen tanto por ciento o en
toda su totalidad, según zonas y comarcas de la provincia; como no cejan de
expresarlo una y otra vez nuestros agricultores, que son los que están a pie de
campo y conocen del tema de primera mano. Aunque, con estas últimas lluvias,
pareciera que ya nuestros campos han tomado otro color más alegre y prometedor
en prueba de agradecimiento.
Otros años, por estas fechas en torno a San
Isidro Labrador, se pedía incluso que no lloviese ya más, que escampase sin
más, no sólo para permitir el desarrollo de la fiesta en la calle con la
acostumbrada brillantez; sino también porque ya había agua suficiente para los
sembrados y el campo en general; y también para las ciudades y sus gentes. Y
que a continuación, comenzase a hacer sol y un viento suave que hiciese ondear
los sembrados cual olas en un mar de tierra adentro, de bella contemplación.
(Publicado en el Periódico "Diario Palentino" el 17/05/2017)
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