Ahora, en este aparte de la noche, todavía sin demasiado camino recorrido,
cuando el viento parece soplar en el exterior con una cierta fuerza y el
invierno va resultando más riguroso por momentos, dejando casi barridas de
gente las calles de la ciudad, a pesar de la hora no demasiado intempestiva que
señala el reloj de la cercana torre de la Catedral, aunque sí con la oscuridad
hecha la dueña absoluta de todo; este tramo de la calle le recorren solamente dos
sombras: un hombre y su perro, en el acostumbrado paseo nocturno atendiendo las
diarias exigencias del animal.
Atrás quedaron ya las grandes aglomeraciones de ciudadanos de los días
anteriores, con las calles más céntricas de la urbe de bote en bote, trasteando
de acá para allá con mil y un motivos diferentes, o quizá sin él muchos de
ellos y paseando sólo por el gusto de hacerlo y de percibir la iluminación y
decoración verdaderamente extraordinarias que les ofrece el municipio,
saliéndoles al encuentro con los brazos abiertos y la alegría inundando cada
rincón de las calles; no en vano el aire de fiesta lo envuelve todo, invitando
de esta guisa al disfrute y al consumo con abundante procacidad.
Y hasta trastabillando en alguna ocasión por la prisa del momento y de una
baldosa en mal estado o de una profunda irregularidad del pavimento, con el
consiguiente susto del protagonista y del personal de a pie del inmediato alrededor, aunque en algunos de estos últimos
surja también de manera sorpresiva alguna sonrisa un tanto maliciosa, más que
nada por lo inesperado del suceso y la inoperancia de las acciones del ínclito
ciudadano tratando de evitar el dar con su cuerpo en tierra.
Entretanto, en el ahora mismo, aquellas dos sombras: un hombre y su perro,
que recorren en solitario este tramo de la calle, han avanzado varios metros y,
antes de finalizar el recorrido de ésta, se pierden por una calleja lateral,
quedando la principal en total soledad.
Justo, cuando vuelve a arreciar la lluvia y un
viento casi huracanado se une a ella para mostrar bien a las claras quién
“manda” en el exterior, imponiendo por momentos sus respetos y dejando
constancia de que “en invierno no hay mejor amigo que una capa de abrigo”,
máxime cuando estamos en enero y leemos que “un mes antes y otro después de Navidad, es
invierno de verdad”. Será ésta, entonces, la realidad con la que caminamos con
los días.
Publicado en el Periódico "Diario Palentino" el 22/01/2014)
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