Pues miren ustedes cómo está el mes de abril de
fiestero, que apenas si hemos salido de unas -si bien estas celebraciones de la
Semana Santa, que a ellas me refiero, habría que considerarlas enclavadas en el
aspecto religioso-, que ya nos estamos preparando para una romería de las más
queridas por estos lares capitalinos, con repercusión incluso más allá de los
propios límites provinciales.
En efecto, porque estamos ya velando armas para que,
llegado el domingo, media ciudad nos encaminemos en pos del cerro del Otero, en
el popular barrio palentino del Cristo, para allí, como verdaderos romeros
participar de la tradicional romería del Pan y el Quesillo.
Y como nos sabemos de memoria la tradición, buscamos
estar en los diferentes lugares que la leyenda nos narra; por lo que nos
llegamos hasta lo más alto del cerro y echando la mirada hacia arriba,
observamos una vez más la magnitud tan excepcional de nuestro famoso Cristo –el
más alto de España, según relatan las crónicas-, que el insigne escultor
Victorio Macho esculpiera allá por el año 1931.
A continuación, giramos la cabeza y nos encontramos
con la que pudiéramos decir más espectacular visión de la ciudad y sus
alrededores a vista de pájaro, que no dejamos de admirar durante varios minutos;
mientras a la par tratamos de encontrar y localizar en su lugar, allá abajo,
algunos de los monumentos más representativos de la ciudad, viendo cómo emergen
entre el conglomerado de construcciones.
Y nos mostramos felices cuando hemos conseguido localizar nuestro barrio
e incluso nuestro bloque de viviendas; eso sí ayudados de unos potentes
prismáticos.
De pronto, vemos cómo han comenzado a congregarse
cientos y cientos de personas frente a la ermita situada a mitad del cerro
desde donde se arrojan las bolsas de pan y quesillo a los allí congregados,
como manda la tradición popular de este día.
Y es cuando decimos que comienza el punto álgido de la romería, mientras
las bolsas de pan y queso vuelan por los aires en busca de dueño.
De regreso a la ciudad, pensamos si el próximo año
Dios mediante, podremos llegarnos, por fin, hasta los mismos pies del
Cristo. Y confiamos en que sea así.
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